jueves, 11 de octubre de 2007

Concebido para volar

Siete días a la semana, y un día que vale por los siete. El sueño es un mal innecesario y un placer de torpes. Sé que cientos de miles de oportunidades han pasado frente a mí mientras dormía; mientras dormías (porque tú dormías también). Y ahora, libre de toda señal de descanso inicio una maratón irremediable. El fin último será caer al pavimento. Cuando allí me encuentre, miraré hacia el cielo y contemplaré mi mundo; el que soñé y al que nunca pude regresar. En algún punto del camino perdí mis alas, y probable es que alguien las hubiese encontrado. Esa persona sobrevolará mi cuerpo cuando no tenga ojos para verla.

Fui concebido para volar, pero en algún momento perdí el control.

2 comentarios:

LI-F dijo...

...separación? levedad del cuerpo? vuelos?
mira que al caer no te hallan quitado el suelo...

Unknown dijo...

¿Qué pasa en Corinto David?


No sé cuando comenzó todo esto, probablemente anoche cuando tuve que utilizar nuevamente mis alitas, me las coció la Bruja (la única que me entiende). Es que estaba triste porque se me habían quemado las alas en un intento de liberación por llegar al bajo mundo y pasarme de la raya. Y estaba luego más triste por haber matado a una paloma antes de que la pudiera tocar.
Hasta ayer yo sólo sabía de las flores negras con puntas rojas por una historia de amor en la que un supuesto príncipe, que en realidad era princesa, venía a pedirme su amor, pero sólo si fuera hombre... ella sabe que a mi no me importa, que detesto sus mentiras, que también la deseo, pero también sabe que a la larga prefiero al otro sexo.
Hace algunas lunas, al inicio de la jornada, mientras me bañaba, volví a ver al murciélago blanco, y empecé a entender porqué los mordiscos fugaces y la huida: a Los Otros les parece raro que a un ser blanco le guste chupar sangre y salir de noche y volar. Uno de ellos por eso (dijo que lo hizo sin darse cuenta) me pisoteó las alitas.
Como me cansé de que se fueran decidí poner una red. La construí según la clave que me dio la Reina Dulce (sin darse cuenta) y me la ayudó a entretejer El Callejero. Él estuvo cerca de domesticarme y no se dio cuenta, o no quiso. Mientras recogíamos pedazos de huesos para la red me dijo que los dos estábamos estancados en un lugar indefinible, que no tenía fronteras claras y que nos estábamos negando a salir de cierta edad. Pero es que Los Otros están en el límite y prefiero solucionar el hambre de otra manera; cuando intenté salir me rompieron las alas. Por eso elijo traer flores y frutas a mi celda y crearme un mundo feliz, pero sé que un día voy a salir con el sol de la mañana.
Mi princesa siempre está embadurnada de sangre. Sé que a veces viene a verme mientras duermo, por un agujero que hay en mi celda. Me contempla, a veces me toca, a veces me despierta, me mira con ternura, dice que me ama y luego desaparece. Sólo una vez la seguí, pero me cerró la puerta en la nariz y la escuché llorar. Hace algunos días que no sé de ella, en una nota me dijo que se iba a cazar.
Vi por primera vez a una paloma ayer, era gris y estaba algo sucia. Se quedó mirándome y yo instintivamente la maté. Fui volando detrás de ella, amigablemente, hasta que se cansó, y yo también me cansé y casi me paso de la raya y llego al mundo de Los Otros.
Pero antes decidí dar un paseo entre sollozos por haberla matado. Siempre es igual, me confunden con una de los suyos y no se dan cuenta de que mi naturaleza es pelear, me gusta la lucha y la caza, esas heridas permiten el intercambio de sangre, y a la larga así es como concibo el amor. Iba dando un paseo con mis alas rotas, la muerte en mi boca, cuando empecé a escuchar un ruido feo. Guiada por el sonido vegetal llegué al paisaje de Corinto.