martes, 20 de marzo de 2007

Hojas secas

Cuando supe que mi cuerpo estaba cubierto por hojas secas, pensé que era el momento de levantarme. El sol se había escondido, y no tenía excusas para quedarme debajo de aquel árbol. De noche, caminar con los ojos cerrados sería irrelevante, no tenía cómo descifrar mi camino ni existía manera de descubrirlo. Si decidía marcharme, podría haberla tomado de la mano, en un acto de fe. Haber sentido sus dulces caricias sin tener que mirarla a los ojos, sin necesidad de intercambiar palabras... sólo tacto. En la profundidad de la nada, ella habría sido todas la mujeres y a la vez ninguna; por eso podía haberla amado. Podía haberla dejado y haberla tomado de nuevo, su mano siempre iba a estar ahí... sin importar que fuera ella o no. Era infinita, inagotable y perfecta. La mujer que nunca vería con mis ojos. Mientras lo meditaba, las hojas siguieron cayendo hasta hacerme desaparecer.

Quisiera borrar el pasado (pero no puedo).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ahora pienso que en algún momento uno cree, -sufre de fe, la padece- que somos hojas frescas y humedecidas. Tal vez solo me quede pensando y en ese estado empezó a transcurrir nuevamente mi vida, pensando que aquello era una creencia no un pensamiento. Retome la respiración sin advertir la subpresencia del pensamiento acertivo mencionado, mientras concebia hechos, no pensamientos con base en la imaginada creencia, no existente. Ahora veo lo de facto contrario y distante al anhelo de tranquilidad que me transmitia una hoja fresca.